Razonamiento analógico

Las cosas las pienso en mi cuarto oscuro. Generalmente antes de quedarme dormida o antes de que suene la alarma, lo que ocurra primero. Tengo un razonamiento bastante analógico, lo que a veces me salva y otras tantas me hunde. Creo que pienso las cosas demasiado y con frecuencia me encuentro reflexionando sobre mi hábito de sobreanalizar las cosas.
El débil sol invernal abre paso entre las viejas cortinas de mi cuarto y dibuja una mancha ardiente en mi rostro. Mi ojo se cierra rápidamente ante la exposición. Me levanto de la cama velozmente, porque de otra forma se me hace imposible, y espero el mareo habitual. Como dos semicírculos que se unen y me regalan una imagen completa, vuelvo a  vuelvo a encontrar la claridad luego de unos segundos. Salgo del dormitorio en un intento de no despertar a Juan. 
Tomás sigue durmiendo. Es sábado a la mañana, no lo voy a despertar. Con un café en mano y mi cuaderno me siento en el sillón y como de costumbre me salpico el pijama. Por eso tenemos el sillón cubierto con una manta. Por eso y porque estamos pintando la casa. Intento escribir cuando me pasan cosas. Todo el tiempo me pasan cosas, pero no siempre se poner las imágenes en palabras. Cada vez que escribo me doy cuenta que soy una caja de sorpresas. Es como revelar mis propios recuerdos. Prefiero escribir a la mañana porque el verdadero revelado se hace en el cuarto oscuro. Todo esto que anoto es tan solo una realidad digerida, un recuerdo tangible de una existencia que casi no lo es. 
A todo esto me refiero cuando digo que pienso mucho. No se si es que estoy en contacto conmigo misma si en realidad significa que no quiero pensar en lo que en verdad tengo que hacer hoy. Descompongo con frecuencia hechos y situaciones tan simples como tomar un café. Todo me emociona y es cuando lo comparto que me doy cuenta que no todo el mundo comparte esta intencionalidad sobre-dimensionada de lo cotidiano. No me hace mejor que nadie, pero disfruto de este lento proceso. Quizás lo analógico es todo esto. 
Con una melena despeinada y los pies al aire en pleno junio, Tomás se acerca al sillon. 
-Hola ma- susurra mientras se rasca los piojos que todavía no le saqué
-Hola hijo, ¿cómo dormiste?- pregunto tomando un sorbo de café 
-Bien
Tomás siempre se queda sentado unos minutos al lado mio a la mañana mientras escribo. Es el nene más tranquilo que conozco. 
-¿Qué es eso?- pregunta mientras señala la estantería que terminamos de armar la semana pasada
Esta pregunta me la veía venir. Con lo observador que es este niño solo podían pasar hasta que le pique la curiosidad por este intrigante objeto
- Es mi cámara de rollo, creo que ya ni la sé usar- le cuento con una sonrisa que se asoma entre mis labios 








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