Salidas en cuarentena- Diario de escritora

Desde el 13 de marzo que no salgo de mi casa, ni siquiera puse un pie tras la puerta de entrada. Ya me olvidé como se ve la esquina de mi cuadra. Se que ahora se puede salir a correr o a caminar, pero honestamente prefiero no hacerlo. Quizás es porque me da miedo encontrarme con otra cosa que no sea a lo que estoy acostumbrada. Lo más cercano que tengo estos día a una salida es la ventana de mi cuarto. Una ventana que me llega a la altura de la frente y que es mi único acceso al exterior hace ya más de 100 días. En puntitas de pie me asomo cada vez que escucho un ruido. Ya me acostumbre a mirar desde arriba. Va a ser muy extraño ver la cuadra de mi casa desde una perspectiva que no sea la aérea. A través de los listones de madera, el mosquitero y las barras de hierro, observo a mis vecinos. Una realidad tan mediada no debería ni llamarse realidad, pero es lo que tengo por ahora. Con frecuencia abro la ventana para sentirme un poco más parte de lo que sea que este pasando. El viento, los aromas, la temperatura y los ruidos infunden un poco de verosimilitud a esta situación tan distante. La única certeza que tengo por ahora es que todos los sábados a la tarde pasa el verdulero en una camioneta con un ensordecedor parlante y anuncia las ofertas de la semana. Señor, Señora, dos kilos de papa, 70 pesos, Señor, Señora. Sonrío un poco cada vez que noto ese positivo cambio en el discurso del verdulero. Antes solo decía señora, pero los hombres también pueden hacer las compras. Algo es algo, no? 

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