Paso a paso, rebote a rebote- Mi versión del globo azul

Luisa se levantó a eso del mediodía. El hambre era cada vez mayor y las compras seguían sin efectuarse.  Habían pasado solo un par de horas, pero algo en su interior había cambiado y no era solo su apetito. Se sacó el batón antes de emprender el viaje a la verdulería. El pasillo hacia la escalera se redujo a la simple cuestión de un par de pasos. Bajar la escalera se tornó una tarea más sencilla. Un recuerdo la hizo emplear más fuerza de la necesaria para abrir el portón, resulta que no era tan pesado. El sol le nubló un poco la vista, causando que sus ojos se fijen en el suelo. Esperando encontrarse con el sencillo concreto, se topó con un globo azul. Si los globos hablaran, éste diría que está contento de ver a Luisa; y por alguna razón que ni ella comprende, la señora diría que ella también se alegra. Paso a paso se dirigieron hacia la esquina y doblaron en dirección izquierda. A lo lejos se divisa ese señor alto, de galera, de bastón. En su mente, Luisa ya podía oír la pregunta. — Señora — se dirigió el viejo hombre mientras buscaba los ojos de la mujer  ¿ese globo es suyo? Con la misma efervescencia que esta mañana, la señora negó toda relación con el globo. —Entonces me lo llevo para mis nietos— respondió el hombre de la galera. Esa incomodidad se volvió a encontrar con Luisa, pero esta vez la halló sonrojada. Por alguna razón, pudo verse en esa situación una vez más en un futuro. Quizás hoy, quizás mañana. Rápidamente volvió a su departamento. Intentó conciliar el sueño pero no podría decirse con certeza que lo haya logrado. Al levantarse, el hambre es el primero en hacer una aparición. Se percató de que el viaje a la verdulería seguía en un tono inconcluso y decidió arreglar la cuestión. Se encontró a si misma mirándose al espejo y no pudo evitar ponerse su mejor vestido. En un paso se encontró en la escalera. Es como si por fin pudiera estar en paz en ese departamento, sin recuerdos que la atormenten. Con seguridad emprendió el descenso y una vez abajo abrió el portón en una sola moción enérgica. Allí estaba, sonriendo, el globo azul. Paso a paso, rebote a rebote, se dirigieron a la esquina. Incluso antes de doblar, Luisa pudo ver la imagen del señor de galera. En cuestión de segundos el hombre, ahora de carne y hueso, se acercó cruzando la calle diagonalmente, como acortando el tiempo. Se paró frente a ella, la miró a los ojos y bajo la vista —Globo, ¿esta abuela es tuya? — preguntó el señor. Los globos no hablan, pero este globo azul dijo que no. Entonces me la llevo para mis nietos— dijo el hombre extendiendo el brazo en dirección a Luisa. El hombre de la galera y la mujer de la renovada voluntad se fueron caminando juntos, y el globo los siguió detrás. Paso a paso, rebote a rebote. 

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