Nuevas tesis sobre el cuento

Los cuentos nos sumergen en un mundo que puede parecer un poco incierto al principio. Los momentos de tensión nos mantienen a la espera de un final que ya está en nuestras manos y que es inalterable y único. El escrito de Piglia se centra en Borges y su particular forma de cerrar las historias mezclando ambigüedad y sorpresa pero obteniendo a su vez una clausura eficaz. 
Los finales son instancias de reflexión, nos permiten encontrarnos con una verdad. Al final de un cuento nos enfrentamos con la presencia del que espera el relato (es una figura dentro de la trama). Este encuentro se debe a que todavía quedan rastros de la tradición oral en el cuento escrito. Para Borges, este doble vinculo es el secreto del arte de narrar. Oír un relato que se pueda escribir, escribir un relato que se pueda contar en voz alta. El relato se dirige a un interlocutor que se encuentra abrumado y confundido por la ambigüedad e incertidumbre de los hechos. Al final descubre que todo este tiempo estuvo fijado en la superficialidad, pasando por alto la historia escondida. El arte de narrar se funda en la lectura equivocada de los signos. Como si de un oráculo se tratara, en todos los cuentos de Borges hay alguien que recibe el relato, pero no es hasta el final que comprende que esa historia es la suya y que define su destino.
Los finales de cuento difieren de los finales de la vida. Incluso de ser finales abiertos, trazan un limite, una frontera, dividen, delimitan. Los finales de la literatura se quitan el velo y nos sorprenden a pesar de haber estado ahí desde el primer momento. En la vida hay finales establecidos por horarios. Borges describe la esencia de los limites perfectamente en una de las paginas de El hacedor:

«Hay una línea de Verlaine que no volveré a recordar. Hay una calle próxima que está vedada a mis pasos. Hay un espejo que me ha visto por última vez. Hay una puerta que he cerrado hasta el fin del mundo. Entre los libros de mi biblioteca (estoy viéndolos) hay alguno que ya nunca abriré.» 
 Uno de los grandes sistemas de cierre de Borges es la interrupción del sujeto que a creado la intriga. Esto ocurre, por ejemplo en Emma Zunz. Al igual que en El Gaucho Martin Fierro ocurre un descubrimiento de la enunciación en el que la voz que ha estado narrando el relato se distancia y le da un cierre. 
 
«En aquel tiempo fuera del tiempo, en aquel desorden perplejo de sensaciones inconexas, ¿Pensó Emma Zunz una sola vez en el muerto que motivaba el sacrificio? Yo tengo para mí que pensó una vez y que en ese momento peligró su desesperado propósito. Pensó (no pudo no pensar) que su padre le había hecho a su madre la cosa horrible que a ella ahora le hacían. Lo pensó con débil asombro y se refugió enseguida en el vértigo.»
El relato tiene la estructura de un secreto. Se trata de desenmascarar eso que estaba presente desde el origen. Se posterga y es develado cuando nadie se lo espera. 
 
 











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